LA EDUCACIÓN COMO DESARROLLO PERSONAL
- Domingo Araya
- 28 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Desde el siglo XIX comenzó en Europa un movimiento de acercamiento a Oriente. Schopenhauer quedó fascinado con la filosofía hindú y muchas ideas fundamentales de su propia cosmovisión provienen de esa remota cultura. Este movimiento fue creciendo y culminó en el siglo pasado con una clara apertura hacia Oriente. Un ejemplo notable de esto lo representa Jung y en general la Escuela de Eranos.
En nuestros días, en los comienzos del siglo XXI, este proceso se halla consumado y nos encaminamos hacia una cultura planetaria integrada completamente. No es ahora el momento ni el lugar de dar cuenta de esto, sino de preguntarnos en qué medida esto ha repercutido en la educación. Si bien para contestar a esta pregunta haría falta un estudio minucioso, me atrevo a pensar que es poco lo que nuestros sistemas educativos han incorporado de Oriente.
Parece utópico pretender que este saber milenario que proviene de Oriente, sea de la India, de China o de Japón, pueda enseñarse en las escuelas en Occidente. Pero no es así. En España, la labor educativa de Claudio Naranjo es muy importante y se compone de una mezcla de todos estos saberes. Anualmente se realizan cursos para profesores en los que se les forma en este sentido. En su libro Cambiar la educación para cambiar el mundo, nos dice que es indispensable superar la mentalidad patriarcal, intelectualista e instrumental, hacia una en la que el desarrollo personal pleno sea posible.
Libros tan interesantes como Tantra Yoga, El yoga de las energías sutiles del hombre, clave de su desarrollo físico, psíquico y espiritual (Edit. Iberia, Barcelona 2004), de Antonio Blay; Los Yoga, (Indigo, Barcelona, 1997), La personalidad creadora. Técnicas psicológicas de liberación interior, (Indigo, Barcelona, 1992) ambos de Blay, tienen una aplicación directa en educación y están más allá de cualquier confesión religiosa. Tienden exclusivamente al desarrollo pleno de la personalidad esencial del ser humano.
Sobre el Yoga, nos dice Blay: “es un conjunto de técnicas muy elaboradas que conducen a un claro, intenso y permanente conocimiento de sí mismo, el cual implica a su vez un estado interior de paz, serenidad, fortaleza y comprensión intuitiva de las verdades esenciales de la vida” (p. 13). Si esto es así, cómo no va a ser fundamental su estudio.
En relación a las técnicas que se exponen, Blay nos dice: “La eficacia de cuantas técnicas aquí se exponen –sacadas en su mayor parte de la tradición oriental- ha sido exhaustivamente demostrada por los millares de personas que desde tiempo inmemorial se han venido beneficiando de las mismas”. (p. 9).
Karlfried Graf Dürckheim, en su libro Hara, Centro vital del hombre (Edit. Mensajero, Bilbao, España, 10ª. Edición, 2013), nos dice que el racionalismo occidental ha dado de sí todo lo que tenía que dar y que es el momento de ver nuevas vías de acceso al Ser.
Este re-ligamiento con el fondo originario que nos sostiene puede aportar bienestar a los individuos. Hara es una palabra japonesa que significa esta apertura a la vida original. Si no realizamos esta apertura al Ser esencial, enfermamos de neurosis, de inmadurez, que es la enfermedad de nuestra época.
El gran problema de nuestra civilización occidental es el olvido de la Gran Vida que nos engendra y de la que nos hemos separado. Vivimos desgarrados entre los opuestos, Cielo-Tierra, y es urgente recuperar la unidad perdida.
Hara, el centro vital del ser humano, significa también vientre, en el centro del cuerpo, y es ahí donde tenemos que centrarnos. Quien lo hace, es dueño de sí y permanece sereno frente a los avatares de la vida y de la muerte. La autorrealización implica la integración con el Ser esencial o Sí-mismo.
Mientras solo valoremos el rendimiento (en la sociedad del cansancio y del rendimiento descrita por Han) y menospreciemos el camino interior, andaremos a la deriva. Tenemos que reconocer la fuerza que proviene del Ser esencial, del centro de la tierra. El camino es de arriba hacia abajo, hacia las profundidades de lo inconsciente. Para acceder a lo espiritual primero hay que echar raíces, vincularse a la madre tierra, superar el patriarcado centrado en el intelecto yoico.
¿Cómo conseguir esto a través de la educación? Aprender a estar en una posición justa, a respirar, a relajarse, a moverse, a escuchar al cuerpo, a meditar y a estar en silencio. Es importante saber pararse, sentarse, caminar y danzar. Tanto el yoga como el método Feldenkreis y el Movimiento expresivo de Antonio del Olmo, apuntan en esta dirección.
Una justa posición física conlleva una transformación personal. Citemos a Dürckheim: “Al practicar el Hara, es conveniente, lo primero de todo, volver a encontrar el movimiento de arriba abajo que libere al hombre del yugo de su Yo… dejar una forma de vida dominada por el insaciable deseo de seguridad del Yo”. (p. 132).
La respiración es fundamental en el camino interior y en el desarrollo personal. Aprender a respirar es la base para conseguir la energía necesaria para ese crecimiento. Recuperar la respiración profunda, diafragmática, inconsciente, natural. Es a través de la respiración justa como podemos tomar conciencia de la vida y del Ser que nos sostiene.
Entendemos que es muy importante que en la educación pública no se imparta una ideología filosófica o religiosa determinada, sino que se prepare al educando para que elija libremente su camino. Por esta razón, no se pretenderá que los estudiantes abracen un camino específico, sino que conozcan los diferentes métodos y que cada cual elija el suyo de modo libre y responsable o incluso que no elijan ninguno. Herederos de la Ilustración, de Kant y de Stuart Mill, sabemos que la búsqueda de la felicidad no es labor del Estado, sino de cada persona.
Para la escuela jungiana, la desconexión de los Arquetipos trae como resultado la neurosis y el sufrimiento. Vincularse a estas ideas-fuerza que la humanidad ha ido configurando a lo largo de su historia milenaria es fundamental y condición de salud. Conocer los sueños, los mitos, el arte y las religiones, más allá de que cada cual tenga la propia, distinguiéndola de la superstición fanática y dogmática, es labor propia de la educación entendida como desarrollo personal.
André Comte-Sponville, en su El alma del ateísmo, distingue las religiones teístas del budismo y el taoísmo como formas de espiritualidad sin Dios. También Jung, en su complejo libro Aion, sostiene que Cristo es el Sí-mismo, es decir el Arquetipo de la integración.
Resumiendo, la educación pública y laica, la única que corresponde dar al Estado, puede entender que la espiritualidad en un sentido amplio, es esencial al ser humano y puede ofrecer a sus educandos algunos caminos neutros como aprender a respirar o a meditar. Del mismo modo que existe una educación física y deportes, podría impartirse en los colegios clases de Yoga o de Chi Kung. A la esencia de esta ciencia que cultiva la energía interna del cuerpo pertenecen la tranquilidad, el equilibrio, el pensamiento y el progreso.
También puede mostrar lo que significa la espiritualidad en general, es decir, estar abiertos a niveles que superan lo utilitario y meramente instrumental. Nos hemos limitado a una instrucción memorística de contenidos muchas veces irrelevantes y alejados de la vida. Es hora de cambiar esto que ha traído una crisis de civilización. Abramos la educación a lo que todas las tradiciones humanas han aportado y tengamos claro que lo importante es el desarrollo armonioso y completo del ser humano en su contexto social y ecológico.
Domingo Araya, Madrid, enero de 2017.
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