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Mi hermano “El Bisagra”

  • Foto del escritor: Domingo Araya
    Domingo Araya
  • 26 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Llegó un año después que yo y desde entonces he seguido todos sus pasos hasta hoy, pienso que soy el que más le conoce en todo el mundo. El azar nos puso cerca y nosotros nos abrazamos, 71 años de vida compartida en primer plano, fuimos compañeros de ciclo vital, de pieza, de colegio, de fiestas, juntos aprendimos a jugar, a mentir, a masturbarnos, a olfatear mujeres y a amarlas por cientos, nos enamoramos en la adolescencia de la misma profesora, viajamos juntos por el mundo, estudiamos la carrera de Filosofía al mismo tiempo, nos casamos casi a la misma edad (21-22), hemos sido profesores durante años, a veces en la misma institución, coincidimos en Bogotá cuando fui al exilio por 5 años enseñamos filosofía, sicología, idiomas, literatura, técnicas de la comunicación, incluso fuimos sicopedagogos y sicoterapeutas, entre otras materias que la necesidad nos imponía improvisar. Con la comunicación electrónica en algunas épocas nos hemos escrito todos los días, contándonos las alegrías y penurias del amor, pensando en conjunto, sufriendo por escrito, intercambiando escritos, aconsejándonos mutuamente, inventando guiones de humor y sátira y riéndonos casi olvidados de la distancia.

Más importante, intenso y permanente ha sido el diálogo silencioso y la referencia constante de su ser en mí, Domingo vive en mí, es mí, consciente e inconscientemente. He tenido el privilegio de haber leído todo lo que ha escrito (miles de páginas), haber entendido todo, incluso lo filosófico complejo, conozco su estilo, sus estilos literarios, su humor finísimo y sutil, sus miedos, sus traumas, sus terapias de todo tipo, sus sanaciones, sus incontables talentos. He aprendido a entender lo que hay detrás y adentro de sus maneras y tratos, aquello que muchos tildan de condescendencia o histrionismo y hasta poco creíble, sí, es increíble, pero cierto, auténtico y consistente. De él he aprendido la filosofía que no me entregó la universidad o que yo no quise estudiar, muchas horas enseñándome autores y corrientes, orientándome con bibliografía, pero además, y más importante, a filosofar. No necesariamente hemos compartido las mismas líneas de pensamiento filosófico o el seguimiento de autores favoritos, tampoco hemos seguido con la misma disciplina y constancia en el estudio, él ininterrumpidamente, yo intermitentemente, él, un erudito y pensador creativo, yo, un conocedor de la filosofía como apoyo para el conocimiento de mí mismo.

También he seguido los pasos o más bien las manos del pintor que ha sido los últimos diez años, algo fenomenal en cantidad y calidad, una veta que emergió desde ese volcán que es, explorando estilos y colores que llevan su sello persona: intenso, profundo, colorido, impresionante.

Amor, admiración, agradecimiento y respeto son algunos sentimientos hacia él, también deseo, no sexual, pero sí erótico, de placer y distensión, sentimiento de seguridad y excitación, ganas de permanecer a su lado y que nunca se vaya, ganas de oírlo y que me escuche, de reír y de estar en silencio. Su presencia es inevitablemente presente, por su mirada penetrante, intensa, constante, atenta, generosa, invitante, lumínica, por su palabra suave y sabia. Sin duda he estado y estoy enamorado de mi hermano.

Mi hermano es una gran bisagra, primero unió dos camadas familiares junto a la hermosa Teresita y después con sus 14 hermanos, sus dos madres y su padre, el único en la extensa familia que ha logrado bisagrear con todos, amalgamando los corazones.

Hoy celebramos la existencia de un regalo llegado hace 71 años.


De Andrés



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