CARTA A LA JUVENTUD DEL MUNDO TRAS LA PANDEMIA
- Domingo Araya
- 10 oct 2020
- 5 Min. de lectura
Queridos jóvenes del mundo:
Os escribe un profesor jubilado de avanzada edad. He vivido la mitad del siglo
pasado y lo que va de este. Amo la vida y soy moderadamente optimista
respecto del destino humano. Os escribo desde lo mejor de mi persona y
confiando en vuestra limpieza de corazón y de mente. La juventud siempre ha
estado llamada a mejorar el mundo, a hacer cambios necesarios. Para eso
tenéis la fuerza y la motivación. Los mayores podemos aportar nuestra
experiencia y visión más amplia.
Estamos recién saliendo de la pandemia del coronavirus que ha azotado al
planeta entero. Han muerto muchas personas, los más vulnerables y los más
generosos, que se han expuesto para ayudar a los demás. Hemos estado
confinados mucho tiempo y muchas personas han estado en condiciones
deplorables, los más pobres especialmente. La economía se ha visto muy
dañada en todo el mundo y estamos en una profunda crisis civilizatoria.
Durante estos días de encierro y de aislamiento, muchas personas hemos
reflexionado sobre la hora presente, desde la perplejidad. He leído algunos
textos muy interesantes y profundos. También se han disparado las fantasías
apocalípticas, los delirios paranoicos y todo tipo de supersticiones
Jóvenes del mundo, ha llegado vuestra hora. Es el momento propicio para que
hagáis realidad vuestros sueños y los de gran parte de la humanidad. Los
mayores ya hicimos lo que pudimos cuando fue nuestro momento, pero no
hemos podido evitar que el mundo camine hacia el precipicio. Es el momento
de la innovación y de la valentía.
Hemos estado viviendo en un mundo absurdo, injusto y peligroso. El mundo de
ayer debe ser superado. No podemos conformarnos con pequeñas medidas; el
cambio debe ser radical. El imperio del dinero, de las armas y del consumo nos
podría llevar al exterminio de la Humanidad e incluso de la vida. No podemos
permitir semejante fracaso de algo misterioso, grandioso, bello y sagrado como
es la Vida. Tenemos que hacer algo ya, antes de que sea tarde.
En cuanto a la economía, solo queda intentar un sistema intermedio entre el
capitalismo y el comunismo donde haya libre mercado pero con sentido social y
cuidando el medio ambiente. La producción-consumo desbocada debe
controlarse para satisfacer las necesidades básicas de todo el mundo y no
más. Solo desarrollando valores superiores al dinero podremos prescindir de
un consumismo obsesivo y vivir bien con austeridad. Hay que erradicar
completamente el hambre en el planeta y hacer brillar la igualdad y la libertad
en la misma medida.
En lo político tendrá que haber una auténtica democracia, ya que lo que hoy se
entiende por tal es una caricatura de la misma. Los gobernantes y políticos
deben ser servidores públicos, con bajos sueldos y habiendo probado su
honestidad en el ejercicio de sus cargos. Los ciudadanos estarán presentes a
través de asambleas comunales.
Mi mensaje en este momento no es tanto para orientar la economía y la
política, asuntos muy importantes pero que no son mi especialidad. Pero hay
algo que sí podemos y debemos hacer cada uno de nosotros y de modo
especial la juventud mundial. Hemos vivido desde el inicio de la historia
humana bajo un esquema cultural de inclusión-exclusión, es decir de ser
incapaces de aceptar la diferencia, lo que no es igual o semejante a uno
mismo. Lo Mismo se impone a lo Otro y lo absorbe o lo elimina, sea
incluyéndolo o excluyéndolo, nunca dialogando ni intercambiando con el Otro
distinto. Este hábito explica las guerras de exterminio, de conquista y de
esclavización. Lo contrario de este esquema es la tolerancia y el diálogo.
Tenemos que salir de este esquema, no invirtiéndolo, es decir que los esclavos
de ayer sean los amos de hoy, sino siendo capaces de reconocer al Otro y a lo
Otro en su alteridad, sin negarlo ni someterlo, estando abiertos a su diferencia
y valorándola. Este cambio debe empezar en uno mismo, pues la Otredad o
diferencia habita en cada uno de nosotros, sea la sexualidad, lo inconsciente, lo
corpóreo, lo femenino, la locura, todo aquello que nos molesta y que no
sabemos cómo asumir ni afrontar y de lo que huimos o negamos.
Hemos vivido siempre en una cultura tanática, que prefiere la muerte a la vida y
que por lo mismo, llamaremos nihilista. Tenemos miedo a la vida y nos
refugiamos en la muerte, ponemos a la vida en función de la muerte. Esto debe
cambiar, vosotros los jóvenes, representantes de la vitalidad, tenéis que dirigir
vuestro deseo hacia la Vida en todas sus formas. La vida es libertad,
creatividad, erotismo, juego, disfrute, belleza, encantamiento, magia, reunión,
sensualidad, aventura, poesía… es decir, todo aquello que ha sido negado y
postergado por esta cultura de muerte, de guerra, de odio, de trabajo absurdo,
de esclavitud, de repetición, de aburrimiento, de fealdad, de negación de la
vida…
Quiero deciros, jóvenes del mundo, que la libertad en todas sus formas y
ámbitos es lo que nos hacer ser humanos y que sin ella, es mejor desaparecer.
Nunca ha habido mucha libertad en las sociedades humanas, llenas de tiranos
crueles y donde cada individuo quiere ser amo del otro. Ha habido individuos y
épocas más libres, pero en general ha predominado la opresión y la
esclavización. Mientras más avanza la técnica, en lugar de una mayor
liberación, asistimos al aumento de estos males. Tenéis que ser implacables en
la defensa de la libertad y en la lucha contra los intentos de totalitarismo que
nos acechan.
El mundo actual, gobernado por la técnica, ha desarrollado un pensamiento
instrumental, apto para el dominio de la naturaleza y de los seres vivos y el
resultado ha sido un desencantamiento del mundo. Esto ha hecho que muchas
personas recurran a sustancias químicas para re-encantar el mundo, para
devolverle su magia. El resultado ha sido la adicción y el abuso por parte de
grupos mafiosos. Pienso que el arte y la espiritualidad pueden satisfacer el
legítimo deseo de vivir en una realidad multidimensional y fascinante. Tenemos
que reaprender a ver el mundo con los ojos de los niños y de los artistas.
La tecnología debe estar al servicio del bienestar de los humanos y no como un
medio de mayor control. Para eso debe formarse a los científicos y técnicos
con sólidos principios éticos universales. Urge elevar el nivel de conciencia de
la humanidad en su totalidad, pero muy especialmente la de los dirigentes
políticos, científicos y tecnólogos.
Desde el inicio de la humanidad perdimos la armonía con la naturaleza, con los
animales y con nuestros congéneres. Debemos recuperarla antes de que ese
alejamiento nos destruya. La vida en enormes ciudades llenas de polución, con
trabajos deshumanizados, con existencias estresadas, nos ha enfermado.
Debemos volver al campo, a los pueblos, a una vida con tiempo para la vida
familiar y la amistad y recuperar la cultura campesina.
Los presupuestos para educación, salud, vivienda y cultura deben ser los más
abundantes. La fabricación de armas se reducirá a cero. Ejércitos y policías,
como los bomberos, serán servidores públicos encargados de mantener la
seguridad de los ciudadanos. Al escribir esto me parece escuchar la palabra
“utopía” como sinónimo de imposible o irreal. Por ahora esto parece inviable,
pero mantengámoslo como ideal para ir acercándonos a esa meta.
La acción verdadera brota de la sabiduría, nunca del resentimiento o del odio.
Os invito, jóvenes del mundo, a reflexionar antes de actuar y que os guíe la
buena voluntad. Entonces, vuestra acción será justa y verdadera.
Madrid, junio de 2020.
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