LA SALIDA DE LA CRISIS
- Domingo Araya
- 23 oct 2020
- 3 Min. de lectura
La actual pandemia nos ha mostrado la herida mortal de nuestra civilización: la
separación y enemistad de la especie humana y la naturaleza. Lo que estamos
viviendo es una crisis total y global. Ninguna medida parcial podrá servir para
solucionar el problema. Solo la sabiduría salvará al mundo.
Rousseau pensaba que en el origen de la humanidad hubo un tiempo en el que
la especie humana vivía armónicamente con los animales y las diferentes
especies vivientes. De repente, al iniciarse la civilización que hoy conocemos,
se produce una separación que pone al ser humano fuera de la naturaleza. Se
acaba el estado de naturaleza y se inicia la vida social propiamente humana.
Es el punto de partida de las desgracias de esta especie antinatural. La cultura
enferma al ser humano, lo desnaturaliza.
La modernidad acelera y aumenta este mal con su idea de progreso. La
revolución industrial y el dominio absoluto de la técnica consiguiente nos han
conducido al borde del precipicio. La pandemia del coronavirus sería su
síntoma más reciente.
Claude Lévi-Strauss viajó a Brasil hacia la mitad del siglo pasado para estudiar
ciertas tribus poco conocidas. Uno de estos grupos, los Nambiquara, viven en
una especie de prehistoria, sin viviendas fijas, recolectando raíces, frutos e
insectos, durmiendo a la intemperie y con una vida nómade. El antropólogo las
llama “sociedades frías”, pues de alguna manera quedaron detenidas en una
época arcaica y no se interesaron por el progreso, propio de las sociedades
“calientes”, como las nuestras. Ve en ellos “una inmensa gentileza, una
profunda apatía, una ingenua y encantadora satisfacción animal…” Este grupo
humano admirado por el sabio es el reflejo “de una época en que la especie era
a la medida de su universo”, antes de convertirse en el amo y explotador del
mundo.
Conviviendo con ellos durante un largo período, estudiando sus costumbres, su
modo de organizarse, descubre que estos grupos viven en una especie de
quietismo, de desapego, que los aleja del frenesí de la acción que caracteriza a
la civilización occidental, a nuestro modo de vivir, de trabajar y de habitar.
Inspirado por estas vivencias, Lévi-Strauss quiere encontrar el “camino inverso
al de nuestra esclavitud”, es decir el de aprender a desprendernos, a
abandonar nuestro compulsivo yo dominador y a “aprehender la esencia de lo
que fue y continúa siendo… en la contemplación de un mineral más bello que
todas nuestras obras, en el perfume, más sabio que nuestros libros, respirado
en el hueco de un lirio, o en el guiño cargado de paciencia, de serenidad y de
perdón recíproco que un acuerdo involuntario permite a veces intercambiar con
un gato”.
Lévi-Strauss nos invita a construir una civilización equidistante entre la
indolencia de los Nambiquara y la “petulante actividad de nuestro amor propio”,
una civilización capaz de conciliar libertad y sensualidad, progreso y
convivencia armónica, eficacia y aroma. Este nuevo estilo de vivir respetando la
naturaleza reúne lo mejor de Oriente y de Occidente.
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No es casualidad que el sabio antropólogo haya llegado a esta conclusión en la
selva amazónica, actualmente en peligro de desaparecer. Es en la selva donde
encuentra “bienes que se creían desaparecidos: el silencio, el frescor y la paz”,
bienes que la especie humana disfrutaba antes de escindirse de la naturaleza,
cuando todavía había “una tierna intimidad entre las plantas, los animales y los
hombres”.
La sabiduría que necesitamos es la que devuelva al ser humano a su real
medida, sacándolo de la desmesura que lo ha llevado a creerse el amo del
mundo. Más allá del delirio de grandeza y del narcisismo humano, de su
prepotencia sin límites, podemos imaginar una civilización respetuosa de la
vida en todas sus formas, cuyo fin no sea la sola utilidad y el dominio, sino la
felicidad.
Lévi-Strauss, heredero de múltiples y ricas tradiciones, nos dice que el ser
humano “ocupa un lugar ínfimo en la creación, que la riqueza de ésta le
desborda, y que ninguna de las invenciones estéticas rivalizará jamás con
aquellas que ofrecen un mineral, un insecto o una flor. Un ave, un escarabajo,
una mariposa, invitan a la misma contemplación ferviente que nosotros
reservamos al Tintoretto o a Rembrandt, solo que nuestro ojo ha perdido su
frescura y ya no sabemos mirar.”
Una de las manifestaciones más importantes de la sabiduría humana es el
budismo. Esta enseñanza eminentemente naturalista, que no recurre a lo
sobrenatural, ve en la avidez, el origen del sufrimiento. También nos enseña
que suprimiendo esa sed insaciable, conseguiremos superarlo.
La compasión y la caridad universal, por las cuales rechazamos el sufrimiento
en cualquier ser vivo y procuramos el bien de todos ellos, forma parte medular
de esta forma de sabiduría. La avidez egoísta nos obliga a acumular y a
consumir sin fin, a querer estar por encima de los demás humanos y del
conjunto de los seres vivos, a dominarlos y a explotarlos, produciendo
conflictos personales y guerras entre las naciones
Madrid, junio de 2020.
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