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EL PENSAMIENTO LIBERTARIO

  • Foto del escritor: Domingo Araya
    Domingo Araya
  • 10 oct 2020
  • 5 Min. de lectura

¿Puede Nietzsche y su visión dionisíaca del mundo aportar algo en la solución

de los problemas en el mundo actual?

Ya sabemos que el discurso nietzscheano, disperso en una multitud de

aforismos muchas veces contradictorios se presta para muchas y

contrapuestas interpretaciones. Una de ellas fue la del nazismo, que lo utilizó

en su favor. Quiero plantear una interpretación política opuesta: la del

anarquismo libertario.

La crítica nietzscheana de la modernidad fue demoledora. No se opuso a un

aspecto parcial de la sociedad en la que vivió, sino a su totalidad y con la más

completa radicalidad.

Pensaba Nietzsche que el mundo europeo moderno era de una insoportable

mediocridad, heredero del platonismo, del cristianismo, del desarrollo de la

ciencia-técnica y del capitalismo. Era un mundo opuesto a lo que él más

admiraba, la gran cultura griega. Se opuso al socialismo, a la democracia

entendida como mediocracia, al utilitarismo, a la masificación, al imperio del

confort, de la técnica y del dinero.

Defendió valores aristocráticos, no plutocráticos, de los que tienen areté

(cultura, educación, espiritualidad afirmativa, vitalidad). Combatió el

gregarismo, el conformismo, el igualitarismo y el economicismo consumista.

En nuestros días, Michel Onfray recoge la crítica nietzscheana y propone una

política dionisíaca. Veamos lo que dice.

El mundo actual es inaceptable por la desigualdad, la marginación de enormes

capas de la población, por el autoritarismo y por la mediocridad de sus

objetivos. La “opción libertaria de izquierdas” que defiende Onfray, basado en

Nietzsche y en Proudhon, no suprime la propiedad privada (a diferencia de

Marx) y más bien propone “una economía alternativa cuya prioridad sea la

elaboración de modos polimorfos de producción paralelos a los del capitalismo

e incluso de modalidades transversales en el propio capitalismo”. (Política del

rebelde. Tratado de resistencia e insumisión. Anagrama, Barcelona, 2011, p.

95). Aquí habría una diferencia fundamental con el proyecto marxista.

La premisa del pensamiento libertario es dejar de servir al capital y, por el

contrario, ponerlo al servicio de los seres humanos. Actualmente, la política,

arte de la vida en común, se ha convertido en la técnica de administrar seres

humanos y cosas en función del provecho económico. La economía, siendo un

medio, se ha transformado en un fin, en una especie de religión.

Según Onfray, a la economía capitalista, planetaria y cibernética, subyace una

metafísica de la necesidad, en la que hay leyes inamovibles. La economía es

hoy en día esa metafísica de la necesidad que somete la realidad a la ley del

mercado. De acuerdo a esta ley inexorable, el movimiento del mercado es

imparable e inmodificable.

Pierre-Joseph Proudhon tuvo la idea de realizar inmediatamente, no en un

futuro que siempre se desplaza, una economía integrada en la vida humana.

Basándose en Nietzsche y en los filósofos franceses que se basan en él, como

Deleuze, Guattari y Foucault, Onfray propone una economía libidinal como

parte de una gran política. En esta propuesta se conjugan “un interés libertario,

una voluntad pragmática y un deseo de energía”. Está contra el ideal ascético

y todo lo que implica, contra el culto al tener y al consumo, contra el liberalismo

y el culto al Estado. En esta economía se tomará en cuenta “la energía libidinal

y el gasto, el consumo y la vitalidad.” Se hará un uso hedonista y liberador de la

técnica. Las máquinas alivian el trabajo y podrían sustituir al ser humano en

aquello que lo esclaviza. Fourrier, Gorz, Simone Weil y Lyotard han aportado

ideas en este sentido.

En su Filosofía de la miseria, Proudhon propone ”talleres en régimen de

cooperativa, el mutualismo, el federalismo, los bancos populares, los créditos

mutuales, todo lo cual tiende a la expresión de una economía social, una

democracia industrial en la que surgirían propiedades individuales de

explotación junto a una agricultura de grupo, propiedades colectivas de

empresas conectadas a talleres autónomos, compañías obreras animadas por

la participación, federaciones industriales de productores y de consumidores,

organizaciones cooperativas de servicios, todo ello generador de una

socialización liberal…” (p. 120).

La economía debe someterse al ideal político de un mundo justo. Del imperio

de Tanatos en el capitalismo pasaremos al de Eros en una economía libidinal o

dionisíaca. El cuerpo dejará de estar al servicio del trabajo alienado y, por el

contrario, se vinculará a la vida. En eso consistía la propuesta de Marcuse en

Eros y civilización, en vincular Deseo y Vida en una civilización estética.

Onfray reivindica y hacer brillar el pensamiento socialista anterior a Marx, es

decir, “a Blanqui y Fourrier, a Proudhon y Pecqueur, a Babeuf y Considérant”.

También recomienda, en nuestros días, a Guy Debord y a Raoul Veneigem. De

este último autor destaca el Tratado de saber vivir para uso de las jóvenes

generaciones. El objetivo de esta “mística de izquierda” es “poetizar la

existencia, revolucionar la vida cotidiana, producir el arte inyectándolo en la

realidad, aspirar a la confusión de la ética contemporánea con la estética de

vanguardia y promover un urbanismo lúdico… una crítica de la publicidad, el

consumo, el mandarinato o los modos de producción de un pensamiento

unidimensional.”

Onfray nos llama a culminar lo que se inició en Mayo del 68 y que está

presente en la obra de Michel Foucault y Gilles Deleuze. Nietzsche, Caillois y

Bataille constituyen la base del nietzscheanismo de izquierda y su propuesta de

una política dionisíaca. Para esta política el principio del placer y la vida son el

criterio que selecciona y que nos guía hacia una sociedad libidinal.

Tras la época del humanismo que idealiza al ser humano al tiempo que lo

explota en la realidad, Onfray vislumbra al individuo soberano que hace suyo el

imperativo de Chanfort: “Gozar y hacer gozar”. En la misma línea se

encuentran Freud y Reich, y Nietzsche cuando dice en La gaya ciencia: “Y

cuando aprendemos a gozar mejor, nos olvidamos de hacer daño a los otros y

de inventar sufrimientos.”

El trabajo es visto como una actividad para el consumo propio y en la justa

medida, con derecho a la pereza y al trabajo lúdico. En nuestros días es Paul

Virilio quien nos entrega claves para entender el ejercicio del poder en el

cibermundo, por ejemplo, a través de la deificación de la velocidad y de la

aceleración, la manipulación mediática, las ciberguerras y otras realidades de

nuestro mundo actual.

Así como Aristóteles dibujó en su Ética a Nicómaco, con ejemplar maestría, el

perfil del hombre magnánimo, Onfray lo hace del hombre calculable de nuestro

mundo: “iletrado, inculto, codicioso, limitado, obediente a las consignas de la

tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil, débil con los fuertes, fuerte con los

débiles, simple, previsible, aficionado empedernido a los juegos y los estadios,

devoto del dinero y sectario de lo irracional, profeta especializado en

banalidades, en ideas mezquinas, tonto, ingenuo, narcisista, egocéntrico,

gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral,

carente de memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador,

reaccionario…”

En los análisis de la microfísica del poder que hace Foucault, el poder no se

concentra solo en el Estado, sino que se dispersa a lo largo y ancho del tejido

social y, por lo mismo, la rebelión y el ejercicio libertario debe darse en todas

las múltiples situaciones en las que un individuo quiere imponerse a otro de

modo autoritario o en régimen de explotación.

Onfray nos advierte que casi siempre los opositores a un régimen despótico, si

consiguen tomar el poder, “terminan siendo peores que sus antecesores”. Por

lo mismo, no basta con tomar el poder, sino que hay que desmontarlo

molecularmente. No es en el futuro, sino aquí y ahora donde hay que practicar

el quehacer libertario.

El sistema capitalista de explotación nos somete, mientras que el pensamiento

libertario, siguiendo a De la Boetie, nos dice: “Decidíos a no servir y seréis

libres”. El precio de la libertad es la soledad y el extrañamiento, mientras que la

servidumbre y el gregarismo nos resultan confortables.

El poder despótico puede ser ejercido por “un solo o unos cuantos, ricos o

pobres, de sangre noble o plebeya, tecnócratas o autodidactas”, por la derecha

o la izquierda, por lo cual lo importante no es quién lo ejerce, sino su ejercicio

mismo.

La propuesta del anarquismo libertario nos muestra cómo la política actual está

traspasada por una concepción autoritaria del poder y, que si queremos

avanzar hacia nuevas maneras de vivir la política debemos hacer nuestro el

aforismo de Nietzsche que dice: “Tan odioso me es seguir como guiar”. Ni

obedecer ni mandar, ni amos ni esclavos, sino individuos soberanos.


Domingo Araya, diciembre de 2019.

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