POEMA DEL VAGABUNDO
- Domingo Araya
- 28 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Para mi hermana Teresita en su 65 cumpleaños.
Soy un cometa errante
Que no sabe de dónde viene
Ni a dónde va.
Solo sé vagabundear
Desde que nací
De un lugar para otro.
En el valle de Uspallata,
Rumbo a Buenos Aires,
Comprendí, sumido en la angustia, mi destino de
Errabundo.
Iba a embarcarme
Hacia Lisboa,
Sin saber bien para qué ni por qué
Me iba.
Buscaba una mujer y una patria.
Quería ir a París,
Al mito de París,
A vivir el sueño
De todo titiritero,
Vestido de colores,
Con mirada triste,
Sabiendo que al final
Me esperaba la decepción,
Como en cualquier aventura.
En el barco miraba
La estela blanca en el mar,
En noches de luna llena,
Que se desvanecía junto con
Mis ilusiones.
También miraba el cielo
Repleto de luces
Y vislumbraba el misterio.
En medio del océano
Comprendí que no hay referencias,
Adelante ni atrás,
Arriba ni abajo,
Antes ni después,
Solo un presente eterno
En el abismo.
No tenía de qué asirme.
En mis viajes,
Llegaba a las estaciones de trenes
Y a los puertos,
Con mi antigua maleta,
Llena de nada,
Partía hacia lo desconocido
Donde nadie me esperaba
Vestido de sueños
Que quedaban
Atrapados en los inviernos
De las viejas ciudades que visitaba.
Me gustaba no atarme a nada,
Ir como el viento,
Como un barco a la deriva,
Arrastrado por corrientes submarinas
Aleatorias,
Imprevisibles.
Llegar a ciudades desconocidas,
Internarme en sus barrios antiguos,
Entrar en sus templos,
Dormir en sus barrios más recónditos,
Conversar con sus habitantes,
Imbuirme de sus estilos más propios,
Trabajar en los oficios más diversos,
Ser aprendiz de los maestros
Anclados en las juderías,
Que a su vez tuvieron que emigrar
Buscando más libertad,
Más tolerancia,
Más humanidad.
Yo no sabía bien lo que buscaba,
Tal vez lo esencial,
Vagaba,
Como un perro sin amo,
Y en cada ciudad podría haberme radicado,
Pero pronto me hacía al camino,
Sin carga,
Con apenas un equipaje transitorio,
Para una sola noche.
II.
De todas las maneras de viajar
Prefería
La navegación.
Los barcos son microcosmos
Que contienen todo
El macrocosmos.
Una vez a bordo,
Sentía el movimiento
El vaivén imparable
De las mareas.
Podía abandonarme
Despreocupadamente
Al albur de los vientos.
Los camarotes eran
Pequeños e incómodos,
Los compañeros de cabina,
Insoportables,
Pero ahí estaba la gracia del viaje,
Era como la vida misma.
Cada singladura
Me regalaba algo nuevo,
Dentro de la atroz monotonía del océano
Siempre igual e infinito.
Había que divertirse,
Solo que en el mar todo es más efímero
Y no hay máscaras que oculten
El horroroso vacío.
Sentía el tedio puro y descarnado,
Imposible de calmar.
Me iba a proa
Y veía el horizonte infinito,
Volvía a popa
Y el mismo horizonte
Me recordaba
Que solo existe el presente
Que tampoco existe
Realmente.
También me gustaba
Desembarcar,
En puertos de leyenda,
Pisar tierra firme,
Aunque todo seguía moviéndose,
El olor de los puertos,
Su podredumbre,
Sus amenazantes habitantes al acecho,
Los cuadros de miseria,
La muerte en cada esquina,
Las miradas de condenados,
Tras las vallas de las aduanas,
De los lugareños.
Los estibadores esperando trabajo,
Los mendigos a la caza de una moneda,
Los peligros de cada puerto,
El olor del petróleo,
Las grúas,
Los contenedores,
Los gritos,
Los adioses,
Las lágrimas.
III.
Cuando llegué a París,
Seguí a bordo,
En un puerto andrajoso,
Mirando el mismo horizonte
Indefinido,
Todo en movimiento
Salvo mi pobre yo anclado
En la quietud del dolor.
La peniche Carrick,
En los meandros de Meudon,
Con sus literas de lona,
Recibía a los vagabundos del mundo,
A los que caminan sin cesar,
Con los zapatos rotos,
Que morirían en cualquier rincón olvidado,
Apestando a sudor y a cansancio,
A decepción,
A abandono,
A extravío,
Con ese brillo febril en los ojos
Que da la proximidad de la muerte.
Ahí estaba yo,
El menos abandonado de toda esa
Excéntrica tripulación
Que no iba a ninguna parte.
Yo era un vagabundo de lujo,
Leía
En las bibliotecas,
Me dormía leyendo
Y pasaba de un sueño a otro
Sin darme cuenta.
¿Qué será de todos esos andariegos?
De aquel que leía a Verlaine
Y dormía con el revólver bajo la almohada,
Alguien lo perseguía,
O del otro que venía del Este caminando
Hasta que el mar o la muerte le impidiera alcanzar el Oeste
Llevaba una maleta de desperdicios,
Pero iba siempre hacia el Oeste,
Como el sol.
Todos estarán muertos,
Ya lo estaban entonces,
Sin haber llegado a ninguna parte,
Habrán llegado a Australia,
O habrán sido repatriados
Para morir en hospitales para indigentes,
O se habrán tirado por la borda
Al mar
Que los llamaba
Con cantos de Sirenas,
Que tampoco cantaban.
A lo mejor alguno se salvó
Y consiguió inventar un sentido
Que lo meció como el mar
Y se durmió hasta que murió
Sin darse cuenta
Y entró en el sueño eterno.
IV.
El vagabundo no tiene patria,
Su patria es el mar o
Las nubes,
Todo lo que cambia.
Yo quería encontrar una patria,
Donde reposar la cabeza.
El alma de los parias
Apátridas
Es el camino,
El de las aves migratorias
Con sus rutinas
De vuelo.
El nómade
Asusta
Al que ha encontrado un lugar
Es como el apestado
Que no cabe en la ciudad.
Cuando en mis viajes cruzaba los pueblos
Las mujeres cerraban las persianas,
Como si una maldición
Ensombreciera
Los trigales.
En la peniche
Estancada,
Incapaz de navegar,
Había una musa: Monette.
Todos la amábamos,
Aunque era intocable.
Ella no amaba a nadie,
Ya había amado,
Y,
Por eso,
Era inexpugnable.
Como a todos,
Falló el amor,
Se refugió en aquella absurda barcaza de cemento
Y se erigió en Musa de los vagabundos.
Yo la amaba de lejos,
Como se ama a las Musas,
Me inspiraba algunos cantos,
Pero nunca le hablé,
Era una fantasía
De vagabundo.
Un día,
Sin decir adiós,
Desaparecí de Meudon,
Hacia la vieja Bélgica,
La oscura Lovaina,
Desde siglos ocupada por África
América Latina
Y
Asia.
Viví en una casa sin luz ni agua,
No sé cómo,
Pero viví.
En esa casa leí a Dostoievski
Y encontré mi hogar,
La patria de la literatura,
Donde todos caben.
V.
Soy el peregrino,
El viajante,
El tránsfuga,
El maldito.
He conocido vagabundos
Insobornables,
Auténticos samanas,
En caminos
Más peligrosos y solitarios que los míos.
Yo he sido un privilegiado
Miedoso,
Ellos,
En cambio,
Dormían en el borde de caminos llenos de alacranes,
Comían
Basuras,
Hierbas silvestres,
Tenían que robar y matar
Para sobrevivir.
Eran salvajes,
Enfermos,
Morían
A la vera de cualquier
Camino,
Como animales
Solitarios,
Hoscos,
Ariscos,
Daban miedo,
Al pasar.
VI.
En mis andanzas
Encontré una patria auténtica,
El Espíritu.
El Logos,
La ciudad de todos
Sin extraños.
Sigo recorriendo caminos
Subiendo montañas,
Atravesando mares,
Dentro de esa Patria,
Ahora soy el vagabundo
Del Espíritu.
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